miércoles, 6 de febrero de 2013

De la hegemonía al liderazgo. La posición de EEUU en el concierto internacional


            

En un muy conocido ensayo publicado en 2007 en la revista Foreign Affairs, el entonces aspirante a Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, dijo que la guerra de Irak había sido un error y que el momento de liderazgo de su país no había finalizado pero que debía ser trazado de nuevo.
Renovar el liderazgo militar, diplomático y moral para confrontar nuevas amenazas y capitalizar nuevas oportunidades fue el mensaje de aquel candidato. La frase “America cannot meet this century´s challenges alone; the world cannot meet them without America” fue el canto de sirena de aquel singular dirigente demócrata que atrajo con estas palabras de multilateralismo y soft power la mirada amable no sólo de muchos de sus conciudadanos sino también  del resto del mundo.
Este mundo que quiso tomarse un descanso de tanto lenguaje de la fuerza, del realismo, de la guerra preventiva de Bush, de la lógica del poder militar. Obama cayó como anillo al dedo para tales anhelos. De hecho, su imagen positiva internacional trepó a porcentajes muy elevados, emergiendo como la esperanza de un mundo más igualitario, democrático y multilateral.
No obstante, no todo ha sido cambio y muchos de quienes lo apoyaban se han visto decepcionados por el mantenimiento de líneas duras como la lenta finalización de la guerra en Afganistán e Irak, el mantenimiento de más de 800 bases militares en distintas partes del globo, el gasto militar que sigue siendo elevado y que se aproxima a los 800 mil millones de dólares; la utilización de  aviones no tripulados (drones) que ya tienen sangre civil bajo sus alas; la promesa no cumplida de cerrar Guantánamo; entre otras cuestiones.
En un artículo en Le Monde, el analista Juan Tokatlian habla de multilateralismo acotado. En otro artículo de Foreign Affairs Martin Indyk dice que el Presidente se debate entre una retórica y deseo de cambio por un lado y, por otro, un instinto por gobernar pragmáticamente. Progresista cuando ha sido posible, pragmático cuando ha sido necesario, podría ser el título de sus cuatro años en la Casa Blanca.
Lo que parece claro es que el dominio de EEUU sigue vigente, pero se encuentra en proceso de reestructuración. Desde Bush a Obama se pasó de un hard power a un soft power, siguiendo la conceptualización de Nye.  En este posible segundo mandato de Obama, la Casa Blanca busca pasar desde el soft power al smart power, una suerte de combinación de los anteriores conceptos también desarrollado por Joseph Nye.
En este marco, la tesis principal del presente ensayo es que EEUU está realizando tal transición y que, en ese proceso, busca re-estructurar los equilibrios con el resto del mundo, incluida Latino América, en tres aspectos: económico, militar e ideológico-político.
Respecto a la primera cuestión, más allá de que es innegable un crecimiento de la participación en el comercio y la economía mundial de países como China, India y Brasil que motorizan transformaciones de relevancia; la primera potencia del mundo mantiene su liderazgo y está logrando paulatinamente reducir su tasa de desempleo (aún en un elevado 7,8%) y reactivar su industria.
China es quien le pisa los talones en cuanto potencia económica y con el cual emprende cada tanto batallas comerciales debido a la introducción de productos asiáticos en el mercado estadounidense. Los países emergentes desafían a EEUU en el ámbito económico solicitando reformas en organismos como el FMI o realizando una especie de financiación del desarrollo paralela a la del Banco Mundial, como la que efectúa el Banco de Desarrollo Chino. Los países en desarrollo también desafían a la potencia norteamericana a través de un comercio entre ellos que ha hecho disminuir la relevancia de la producción de EEUU como origen de importaciones respecto a la de China.
Pero esta China pujante y en crecimiento no posee y, al menos hasta el momento, no parece estar interesada en poseer un poderío militar con el cual hacerle frente a EEUU. Esta es la segunda cuestión en relevancia.
El Presidente Obama dijo orgulloso en el debate de esta semana ante su contendiente Mitt Romney, que el gasto militar de su país supera al gasto sumado de los diez países que le siguen en la lista.
Sin embargo, aún con este poder, el gobierno norteamericano no ha buscado ejercer una hegemonía unilateral como la que ejerció su antecesor sino que ha tratado de apartarse de la política de guerra preventiva buscando una manera decorosa de salirse de Irak y Afganistán, tratando de negociar con Irán e interviniendo en el conflicto de Libia y, posiblemente, Siria a través de organismos multilaterales. Es importante no confundir este cambio en la estrategia de abordaje de la seguridad global con debilidad.
EEUU está más limitado desde el consenso perdido por la frustrada guerra en Irak donde, supuestamente, había armas de destrucción masiva. También el hecho de haber optado por un camino de multilateralismo, le pone un cierto corsé al Presidente, quien debe respetar por ejemplo el veto de Rusia y China para una intervención armada del Consejo de Seguridad en Siria. La crisis económico-financiera que lo aqueja también le pone límites a sus ambiciones como comisario mundial.
Por un lado, la Administración Obama parece estar dispuesta a performar un nuevo orden mundial liberal y democrático con EEUU liderando pero compartiendo responsabilidades y cargas con otros cuando sea posible y necesario. Por el otro, China aún se ve como un país en desarrollo cuya prioridad es hacer crecer su economía y no hacerse cargo de obligaciones globales.
Por último, el tercer aspecto tiene que ver con que si bien la estrella de esperanza que significó Obama en 2008 se observa algo deslucida en la actualidad, aún sigue siendo un Presidente con altos porcentajes de imagen positiva y de intención de voto. Según Gallup, si el mundo votara en la elección americana, cuatro de cada cinco ciudadanos lo haría por el demócrata. Es cierto que se trata de un ejercicio hipotético y ajeno a la realidad, por lo cual podemos desconfiar de si esto realmente sucedería de esta manera. Pero no puede negarse que el Presidente norteamericano ha logrado encarnar valores más atractivos que los que encarnaba George Bush y ha logrado mostrar una cara diferente de la potencia.
Obama se ha acercado al mundo árabe, destacándose aquel famoso discurso en la Universidad del Cairo, en el cual diferenció claramente al mundo musulmán de la pequeña minoría de terroristas. A pesar de que Obama no cosecha tantas adhesiones, como hace cuatro años, ni sueños de un mundo más pacífico y libre, si permanece como un líder cuyos valores, los que declama de manera más enfática (multilateralismo, democracia, libertad), son aceptados y compartidos por muchos habitantes del orbe. Ganar la batalla cultural, la de los valores, implica obtener un triunfo en el plano abstracto que sustenta las ambiciones materiales.
Oscar Oszlak nos diría que es algo similar a la penetración ideológica realizada por el Estado argentino en su proceso de formación. Guillermo O´Donnell nos diría que se trata de convencer de que hay un Estado “para la Nación”, que genera identificación de parte de sus ciudadanos. Gramsci nos hablaría de hegemonía, como el momento ético o cultural y superestructural que opera como tamiz de la determinación económica ejercida por la estructura. En fin, se trata del ejercicio de un poder que apunta a los valores y a la ideología que propugna la administración Obama.
Estos tres aspectos están correlacionados con lo que sucede en nuestra región. Ya desde antes de la llegada de Obama a la Casa Blanca, en nuestro país le dijimos no al ALCA que pretendía instaurar el Presidente Bush. También ya desde inicio de la década, comenzábamos a posicionarnos como un bloque con grandes potencialidades en lo económico, sobre todo a causa de nuestros productos primarios cuyos precios iban en aumento.
Antes de este ejercicio multilateral estadounidense, Argentina ya había superado la crisis, cancelado su deuda, disminuido su desempleo e implementado programas sociales, disminuyendo los altos índices de pobreza heredados de la década de los ´90. Brasil había hecho otro tanto y Venezuela pudo abortar un golpe de estado que pretendía obturar los cambios que Chávez había comenzado a realizar.
Desde lo militar los avances refieren a la mayor coordinación y cooperación que existe a nivel Mercosur y Unasur. Asimismo, existen proyectos de acercamiento e intercambio de experiencias con las FFAA chilenas. Hemos planteado con énfasis nuestras quejas por la militarización del Atlántico Sur.
En lo referido a la ideología y a la cultura, hemos visto que en los últimos años ha surgido una mayor retórica y vínculos fuertes a favor de una visión latinoamericanista. Desde think tanks, Universidades, políticas, hasta el vecino de a pie, miran con más atención lo que sucede en Brasil, Venezuela o Uruguay. Esa mirada argentina tan obnubilada por Londres, París o Miami, pareciera ahora estar dirigiéndose más hacia aquellos países con los cuales tenemos más en común.
Es difícil pronosticar el desenlace de esta historia; pero no es complejo aseverar que tanto en lo político-ideológico, económico-comercial y militar la región se encuentra en posiciones de mayor autonomía en los últimos años y que esto tiene mucho que ver con ese aparente declive, multilateralismo o smart power ejercido desde el Despacho Oval pero también con el surgimiento de nuevos liderazgos en el progresismo latinoamericano. Este proceso de re-estructuración no estará ajeno de conflictos, no obstante el hegemon necesita no solo de sus bases militares y de su fuerte PBI sino también de una legitimidad que solo se la podrá dar un mundo más multilateral e igualitario en el que nuestra región cada día debería ir aumentando su incidencia.

viernes, 29 de junio de 2012

El peronismo productivista

Hacer virar el debate de la redistribución a la productividad es uno de los desafíos del peronismo no kirchnerista. La historia y la actualidad. Publicado en Revista El Estadista

 Cada conflicto que se libra hacia dentro del peronismo parecería explicitarse como una confrontación entre visiones que ya tuvo lugar en otro momento de la historia de este particular movimiento sociopolítico argentino. Las diferencias entre el peronismo kirchnerista y el no kirchnerista recogen antiguas antinomias y se organizan también en torno a viejas dimensiones. No sólo las dicotomías izquierda vs. derecha o progresismo vs. conservadurismo se hacen presentes en las contiendas peronistas.

 Una distinción a la que debería darse más relevancia es aquella que discrimina entre productivismo y redistribucionismo. El redistribucionismo concibe la realidad a partir de una concepción social igualitarista, que sostiene que el capitalismo funciona bajo una forma de reproducción de condiciones materiales que plantean una oposición entre el capital y el trabajo. El juego es de suma cero, lo que gana el empresario, lo pierde el trabajador y lo importante es distribuir lo que hay, antes de acrecentarlo. Bajo este paradigma, el peronismo buscó generar condiciones de una mejor distribución de las rentas. Y tuvo éxito. La participación del ingreso de los trabajadores en el ingreso nacional entre 1946 y 1950 creció desde 37% a 47%, casi alcanzando el afamado fiftyfifty que tanto mencionaría Juan Domingo Perón años después.

Este peronismo, que comienza en el año 1946 y goza de su momento de gloria hasta 1948, luego empezaría a encontrar los límites a su perpetuación, amenazada por una balanza de pagos deficitaria y una inflación en franco crecimiento. Las trabas a las importaciones, el congelamiento de salarios y la disminución del gasto público serían algunas de las herramientas con las que experimentaría Perón para evitar que la corrección de las variables macroeconómicas tuviera que hacerse mediante una devaluación. ¿Déjà vu? No, tan sólo leyes económicas que hoy también hacen su juego bajo la administración kirchnerista.

 El kirchnerismo ha bebido de esta fuente y ha argumentado sus políticas públicas reconfigurando los dilemas que enfrentó ese peronismo. Un ejemplo claro fue la disputa con las patronales agropecuarias y con gran parte de los productores rurales en el año 2008. Los fondos de las retenciones móviles habrían de obtenerse para construir escuelas y hospitales públicos para los que menos tienen. Otra argumentación redistribucionista se realiza al defender la estatización de los fondos de pensión. Y así otras tantas.

 El peronismo de los primeros años ha quedado en la memoria como el histórico, o el tradicional. Es el justicialismo de las épocas felices en las que los salarios iban por el ascensor y los precios por la escalera. El foco estaba puesto en un mercado interno pujante y una demanda agregada creciente que estimulaba el dinamismo de la actividad económica. Otro déjà vu con gran parte del periplo kirchnerista y su época de vacas gordas.

Sin llegar a tener una concepción dialéctica y esencialmente conflictiva de la realidad social, el peronismo redistribucionista ha planteado, por momentos con mucha fuerza, políticas públicas que beneficiaron a los trabajadores a costa de un perjuicio de las ganancias del empresariado. Desde el control del comercio exterior bajo el IAPI hasta la administración centralizada de las expropiaciones, pasando por el reconocimiento de derechos laborales y el fomento a la industria, son huellas de aquel Perón.

 Ese peronismo se las vería con problemas al poco tiempo de haber nacido, a causa de un excesivo gasto público, inflación alta, baja productividad de las empresas del Estado, críticas a la falta de libertad de empresa y conflictos con las patronales rurales. Además, el contexto internacional le exigía un recambio. Así aparecería el modelo productivista, sobre todo desde 1952 a 1955.

Luego de ganar de manera aplastante las elecciones, Perón presentó su “Plan de Emergencia”. Practicó la sintonía fina y se ocupó en encontrar los mecanismos para que el empresariado pudiese generar una oferta de bienes y servicios competitiva, trató de estimular inversiones extranjeras, atraer capitales, disminuir los costos laborales e invertir en tecnologías.

 Su lema era producir, producir y producir. Así logró bajar la inflación del 39% en 1952 al 4% en 1953. No devaluaría, pero tampoco se avanzaría más de lo que ya se había recorrido por el camino de la redistribución progresiva del ingreso. Fue un peronismo para época menos provechosas. La necesidad estaba en producir de manera competitiva para, así, importar menos, aumentar la oferta y mejorar los salarios reales. Intentaría el Presidente acercarse al capital, a los empresarios, nacionales o extranjeros, y debería colocar en segundo plano las demandas de los obreros. El intento de que la empresa Standard Oil (hoy Chevron, otro déjà vu) explotara yacimientos que YPF no podía quedó en la memoria de muchos que consideraron que la frase de la marcha peronista que dice “combatiendo al capital” se había trastrocado por “atrayendo al capital”.

 VERSION 2012:  Cristina Kirchner parecería por momentos buscar ese peronismo del año ’52 que fue más exitoso en lo económico que en lo político; y el resto de la dirigencia peronista pareciera no querer o no poder presentarle batalla en un terreno en el cual el kirchnerismo podría verse sensiblemente más débil.

El Frente para la Victoria sabe luchar con fuerza en el campo de la redistribución, pero tiene menos carretel en la esfera de las argumentaciones productivistas. Eduardo Duhalde intentó, con su Movimiento Productivo Argentino, llevar la discusión a ese ámbito. No tuvo éxito, tal vez porque era demasiado temprano para que ese discurso impregnara en la opinión pública, o quizás también porque pesó más la imagen negativa del enunciador que el contenido de su palabra.

 El argumento que usaron los funcionarios sciolistas para defender el revalúo inmobiliario debería analizarse con interés por su diametral diferencia con las justificaciones de la resolución 125 y por un intento de comenzar a trabajar en esa complejidad del discurso productivista. Se puso énfasis en cómo este recambio tributario sería empleado para mejorar rutas, caminos y tecnologías para aumentar la producción y hacerla más competitiva, así como para optimizar la comercialización. Tal vez todo está aún muy tibio, incipiente y casi en estado de timidez.

Ese espacio, ese discurso, ese otro peronismo sigue huérfano de enunciadores firmes y con predicamento entre la ciudadanía. No todo en el campo de lo político tendría que resignarse a caer en la falsa dicotomía de neoliberalismo noventista o redistribucionismo del primer Perón. En política los que ganan no siempre son los que logran que su posición sea la más aceptada en un debate de ideas, sino aquellos que consiguen establecer los términos en base a los cuales se discuten esas ideas. Modificar los ejes del debate es el primer y principal desafío para el peronismo no kirchnerista.

lunes, 18 de junio de 2012

El peronismo y sus dos caras

Columna política publicada en La Voz del Interior el día 17/06/2012
http://www.lavoz.com.ar/opinion/peronismo-sus-dos-caras

Hay dos versiones del peronismo, las cuales se asientan en dos momentos históricos encarados de manera diferente por Juan Domingo Perón. Existe un peronismo redistribucionista y un peronismo productivista. El primero sigue la hoja de ruta que el fundador transitó entre 1946 y 1949. El segundo camina por otros paisajes, más cercanos a la cosmovisión y las prácticas ejercitadas entre 1950 y 1955. Hasta el día de hoy, estas dos teorías siguen en pugna. Ambas miradas remiten y se configuran bajo distintas matrices de ideas económicas, políticas y culturales. 

Redistribuir. El peronismo redistribucionista observa una realidad marcada, principalmente, por la desigualdad, por las condiciones materiales insatisfechas de los más pobres, las cuales tienen su causa en el enriquecimiento cada vez más portentoso de los más ricos. No se trata de una visión marxista, pues el peronismo nunca ha bregado por la lucha de clases ni ha considerado que las transformaciones hayan de venir de un conflicto entre el trabajo y el capital. Al contrario, ha buscado construir espacios de acuerdos entre estas dos partes, representadas por los sindicatos, por un lado, y las entidades empresariales, por el otro. No obstante, sin llegar a tener una concepción dialéctica y esencialmente conflictiva de la realidad social, el peronismo redistribucionista ha planteado –por momentos con acendrado énfasis–políticas públicas que beneficiaron a los trabajadores a costa de un perjuicio de las ganancias del empresariado. El Estatuto del Peón, la Junta Nacional de Granos, las expropiaciones, el reconocimiento de derechos laborales, el fomento a la industria, son algunas de las que pueden recordarse. 

Ese fue el peronismo de 1946 en adelante, que se las vería en problemas a los pocos años a causa de un excesivo gasto público, inflación, baja productividad de las empresas del Estado, críticas a la falta de libertad de empresa y conflictos con las patronales rurales. Producir. Luego, Perón se inclinaría por el otro polo mencionado al principio. Intentaría observar, pragmático como era, la realidad bajo el signo de la productividad. Es decir, poniendo esfuerzo no tanto en cómo repartir la torta sino en hacerla más grande. Situado allí, debería acercarse al capital, a los empresarios, a los oferentes, sean nacionales o extranjeros, y debería colocar en segundo plano las demandas de los obreros. El intento de que la empresa Standard Oil explotara yacimientos de YPF quedó en la memoria de muchos que consideraron que la frase de la marcha peronista que dice “combatiendo al capital” se había trastrocado por otra: “atrayendo al capital”. Esas dos caras siguen, como si se tratara de un pecado original, encontrándose siempre. 

El kirchnerismo ha encarnado, en muchas de sus políticas, la faz redistribucionista. Alcanza con leer los discursos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández para observar que la retórica ha sido usada duramente contra los sectores empresariales, principalmente aquellos, como el agrario, cuyas actividades son más intensivas en el uso de capitales y recursos naturales y menos intensivas en el empleo de mano de obra. La expropiación de YPF, la conflictiva resolución 125 de retenciones móviles, la estatización de las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones (AFJP) y de Aerolíneas, siempre han sido defendidas como acciones de redistribución de la riqueza. 

Como Jano. Desde el otro lado, hay un peronismo que, a veces con timidez y otras no tanto, ha dicho que es positivo distribuir la riqueza, pero que si nos pasamos de la raya, en algún momento no habrá nada para repartir en las arcas del Estado. La misma Cristina Fernández pareció querer avanzar por ese carril al comienzo de su segundo mandato, cuando hablaba de sintonía fina o cuando inició sus críticas a parte del movimiento obrero sindicalizado. Pero a ella la excede la historia kirchnerista y un peronista sabe que, una vez iniciado el camino por alguna de esas dos sendas, es difícil que las propias bases acepten caminar por otras, así como también es complejo que los demás crean que ese cambio es sincero. 

Por eso, surgen otros que se sienten deudores de un Perón menos enojado con el empresariado y los sectores productivos. Dirigentes políticos de la talla de José Manuel de la Sota, Daniel Scioli y, ya venido a menos, Eduardo Duhalde, son los más férreos defensores de una mirada más enfocada en la producción que en la distribución. Ellos están viendo otro tiempo y huelen que pueden encontrar un consenso social que sea su apoyatura en el futuro. El peronismo es como el dios romano Jano. Con sus dos caras, Jano era el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, el que 
mira al pasado y al futuro. Si estamos al inicio o al final de un proceso, lo sabremos en 2015, aunque
ya algunos comiencen a dar 
señales.

viernes, 15 de junio de 2012

Las potencias y sus satélites: el caso de la Argentina y Brasil

La relación entre Brasil y la Argentina se encamina a ser un vínculo de potencia-satélite. Desafíos, objetivos y posicionamientos.

En general, los países que son potencias mundiales tienen, geográficamente cerca, otro país que opera como un socio menor en aspectos comerciales, que se beneficia de sus logros pero que también sufre sus penurias. Algunos de esos territorios satélites se asocian sólo comercialmente, mientras mantienen profundas diferencias en su estructura societaria y en sus aspectos culturales. Otros adicionan al vínculo comercial algún tipo de lazo relacionado con la cultura política, identidad religiosa o comunión de valores sociales.

Es cierto que gran parte de esos roles son condicionados por la historia de cada una de las naciones y también que los sucesivos gobiernos pueden intentar imprimir pequeños cambios que, a la postre, si tienen continuidad pueden configurar nuevas situaciones estructurales. La relación potencia-satélite depende de diversos factores, los cuales pueden agruparse en tres: modelo económico, régimen político y sistema de valores culturales. Estos tres campos de fuerza cristalizan momentos de tensiones dadas por juegos de suma cero, en muchos casos de alcance bélico; pero también transitan períodos de calma en los que ambas partes se benefician ya sea en el plano económico o en el político.

Veamos algunos ejemplos. EE.UU. y China, dos de las principales potencias mundiales en la actualidad, cuentan con países satélites con los cuales mantienen ligazones muy fuertes. Los Estados Unidos de América con México y Canadá. China con varios, entre ellos Mongolia y Corea del Norte. Los países satélites encuentran en el país potencia un mercado accesible para sus productos o bien uno desde el cual importar lo que, por razones de competitividad, no pueden producir. Pero también las potencias suelen “socializar” los costos de su éxito con sus satélites. Por ejemplo, el éxito económico suele verse acompañado de una necesidad de mano de obra barata poco calificada que algún vecino puede proveer o de una fuente de producción de bienes poco costosa económicamente pero altamente perjudicial para el medio ambiente de ese país cercano. El consumo de drogas ilegales en los países potencia suele generar factorías en países satélite que no ejercen un poder de control eficaz ni implementan políticas públicas transparentes en materia de seguridad y narcotráfico.

Tal vez pueda ser doloroso reconocerlo, pero un análisis realista de la política internacional de la región nos da cuenta claramente de que la relación Brasil-Argentina se encamina a ser un vínculo de potencia-satélite. Brasil es ya la sexta economía del mundo y, según proyecciones, de estirarse la crisis económica mundial que afecta principalmente a Europa, en 2015 podría ocupar el lugar de Francia, hoy en el quinto puesto. Con una tasa de desempleo del 6% y con 370.000 millones de dólares de reserva, presenta una solidez económica que cualquier potencia le envidia. Además, Brasil trata de que este buen momento no sea una construcción sobre arena ni un castillo de naipes que cualquier ventisca internacional pueda, en el mediano o largo plazos, derribar. Por ello cabe destacar su política en ciencia y tecnología, que ha ido cobrando más importancia dentro de su Presupuesto, así como sus avances en la inclusión de nuevos segmentos de la población en el sistema universitario.

CAMINOS DE CONVERGENCIA

Es en este contexto que debería ser analizada la relación con el país vecino, es decir, evaluando cuál es el posicionamiento que conviene fabricar en torno a una potencia económica emergente y construyendo un parentesco que contemple dos cuestiones. La primera es que la relación ponga en acto las tres esferas mencionadas anteriormente: el régimen político, el modelo económico y el sistema de valores culturales. La segunda es tomar en cuenta que vivir cerca de uno de los BRICS puede ser altamente beneficioso, pero también puede perjudicarnos si no logramos construir un sistema de matrices de complementariedad. Esas matrices aparecen en nuestra historia más hegemonizadas por elementos de tipo comercial que políticos o culturales.

Si uno observa muchos de los estudios académicos o de análisis de coyuntura, también nos encontramos con una lógica de tratamiento predominantemente reduccionista a los aspectos económicos. Existe una deuda importante en estudios sobre cómo complementarnos con Brasil en base a nuestro sistema político y cómo sostener una comunidad de valores compartidos que nos fortalezcan ante el mundo. En cuanto al régimen político, una de las mayores divergencias se da en el plano de los sistemas de partidos políticos.

En este caso, el desafío tiene un mayor peso en nuestro país. Contar con un régimen de partidos con capacidad de alternancia, de predicamento entre la sociedad, con estructuras de dirigentes de alcance nacional, con posibilidades ciertas de acceso a cargos ejecutivos de altos niveles, con programas doctrinarios o ideológicos claros, que condensen las perspectivas de diferentes grupos de interés, son algunas de las metas. Pero también cabe preguntarse acerca de cómo se relacionan internacionalmente los partidos políticos y, más específicamente, cuál es el vínculo, si es que existe, entre nuestros partidos y los de la potencia BRIC más cercana.

Más allá de los foros internacionalistas que discuten grandes temas, no es un lugar común la búsqueda de una integración y discusión conjunta de programas políticos concretos que marquen las opciones de política y las directrices en temas como el medio ambiente, la relación con los medios de comunicación, las perspectivas en cuanto sistema de salud o las nuevas ideas respecto a la educación, entre otros temas. Si estas cuestiones ya tienen un tratamiento superficial en las cumbres entre representantes de Estados, muchos más inmadura se presenta la cuestión en el nivel partidario, donde se discute más en el plano de las ideas que de las realizaciones concretas. Por último, ¿cuáles son los esfuerzos, a través de entidades públicas o privadas, para trabajar juntamente con Brasil en la articulación de una comunidad de valores y de elementos culturales compartidos?

En una entrevista reciente, el ex canciller Rafael Bielsa se refería a la ciudadanía estadounidense, caracterizándola como extremadamente encerrada en lo que sucede en su comunidad local y, a lo sumo, en Washington; pero lejana de lo que sucede más allá de sus fronteras. En ese sentido, vale cuestionarse si, como comunidad latinoamericana, los argentinos y brasileños no estamos demasiado encerrados en nuestras fronteras, sin experimentar un vínculo que, de complementarse y expandirse en lo político, cultural y económico, podría ayudarnos a construir una relación potencia-satélite más homogénea, horizontal y de ganancias mutuas que las que, en general, pueblan el globo en la actualidad.

martes, 5 de junio de 2012

Brasil - Argentina: Nuevo contexto, ¿nuevas relaciones?


 
Un mundo más proteccionista está asomando y América Latina no será la excepción en esta nueva ola de mercados más cerrados y con crecimiento económico en desaceleración. La crisis económico-financiera internacional ha puesto en alerta a las economías de la región, dando por resultado un nuevo equilibrio estratégico comercial que tendrá, sin dudas, sus coletazos en la esfera política.

Brasil y Argentina son los gigantes del Cono Sur Latinoamericano sobre los cuales se posan las miradas. No es para menos, juntos son los que aportan la mayor producción e inversión de toda la vecindad. Los chispazos entre ambos suelen lanzar esquirlas no sólo a sus inmediatos socios del Mercosur, como Uruguay y Paraguay, sino también al resto de las economías sudamericanas.

Según Global Trade Alert, organismo independiente apoyado por el Banco Mundial, en nuestra región han crecido las barreras comerciales en los últimos años.  Por ejemplo, Argentina ha aplicado recientemente 180 medidas de protección y Brasil 80. Paralización de embarques en la aduana, trabas burocráticas para las importaciones, amenazas de frenar compras de manufacturas industriales clave como las correspondientes a la industria automotriz, son sólo algunos de los enclaves de tensión.

Lo que suceda con Brasil es algo que cada vez más interesa a los argentinos. Distintos estudios de opinión revelan que el interés sobre el país vecino ha dejado de ser sólo tema de discusiones entre empresarios, políticos, sindicalistas o académicos.

Desde que Brasil ha iniciado su época de elevado crecimiento económico, llegando a ubicarse como la sexta economía del mundo, las miradas de los ciudadanos de a pie están más atentas al país vecino. Brasil ya no es sólo el país de los carnavales, la samba, las buenas playas o el exquisito fútbol. Aunque el conocimiento sea superficial, el tema Brasil se hace cada vez más presente en las conversaciones habituales de muchos argentinos. Sus universidades están apuntando a competir con las más importantes casas de estudios norteamericanas y nuestros estudiantes las comienzan a observar con mayor interés. Asimismo, muchos de nuestros científicos se postulan año a año en convocatorias de becas para investigar y doctorarse en Centros de Investigación del gigante del Cono Sur. La Universidad de San Pablo ha superado en distintos rankings de la región a la Universidad Autónoma de México y, según el Ranking elaborado por Webometrics, entre las 20 universidades más importantes de Latinoamérica hay 13 brasileras, dos mexicanas, dos argentinas, una chilena, una colombiana y una costarricense.

En suma, no puede dudarse de la relevancia que tienen y que seguirán teniendo en el mundo y, particularmente, en Argentina, las circunstancias que experimente Brasil. Se habla de sus Estadistas, que vienen de la pobreza o de la guerrilla, con conciencia social, pero que son moderados (léase relativamente ortodoxos) en su política económica; se habla de su ubicación en la política internacional, de sus aspiraciones a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas y de sus opiniones y actuaciones internacionales en Haití, conflicto de Medio Oriente o Malvinas. Resuenan también los 30 millones de personas que ingresaron a la clase media, sus logros al posicionarse como sede de dos de los próximos eventos deportivos más importantes del planeta y también hace eco la mano fuerte de su Presidente para arrojar por la borda funcionarios sospechosos de prácticas corruptas.
En este marco, el análisis de fondo abreva en lo razonable que es estar preocupados no sólo por la marcha de la economía brasilera, sino también por la forma en que se procesan sus contradicciones sociales, sus conflictos políticos internos y sus dilemas en política exterior. Su PBI es el más elevado de la región, pero su PBI per cápita es uno de los más bajos; por otro lado, la desigualdad y la inseguridad pública siguen siendo grandes deudas y su política internacional oscila entre la frialdad de Lula para con EE.UU. y el intento de la actual mandataria de reencauzar las buenas relaciones con la potencia norteamericana.

Vale decir que Brasil está de moda y las modas suelen dejar de serlo. Es más, su crecimiento económico no será en el periodo Rousseff el mismo que en la era Lula, y su estabilidad política sufre cimbronazos hacia dentro de los 14 partidos que integran la Coalición que llevó y sostiene a la Presidente en el Palacio del Planalto. Pero aun cuando su avanzada sea circunstancial, algo que no creo probable, existen conquistas estables que perduran. Entender esta realidad nos ayuda a comprender los posibles cambios en la naturaleza de los vínculos con nuestro país.

En relación a esto, se observa que tanto para Dilma Rousseff como para Cristina Kirchner se presentan nuevos desafíos de los cuáles dependerá la fortaleza de ambas y las relaciones económicas y políticas entre los dos países.

En lo político, las dos Presidentes se enfrentan a desequilibrios políticos que provienen más de adentro que de afuera de sus fuerzas políticas. Dilma Rousseff es asediada por parte de los partidos aliados al PT. Cada decisión sobre cambios en el equipo de funcionarios debe ser tomada considerando la pulsión de fuerzas hacia adentro de esa particular coalición, que reúne adhesiones emergentes de distintos ángulos ideológicos. Cristina Kirchner, por su parte, confronta con uno de los sectores que más han aportado a fortalecer la columna vertebral del kirchnerismo y, otrora del peronismo, el sindicalismo. Tanto Dilma como Cristina han sido precedidas por políticos de fuste, propensos a la negociación, pragmáticos, afectos a la conciliación de las fuerzas de poder territorial, que no siempre son bien vistas por la sociedad pero cuya apoyatura política es indelegable.

En cuanto a lo económico, ambos países deberán reestructurar sus políticas para adaptarlas a un mundo cada día menos certero. Dilma se defiende del tsunami monetario que provoca la llegada de capitales europeos, intentando mayor inversión y protegiendo la industria. Cristina busca mermar el gasto público, subsanar una balanza comercial desfavorable y retener reservas.

La situación les impone a ambas una urgente demanda de repensar las relaciones mutuas. En el fondo, como casi siempre, está la cuestión política. Dilma necesita hacerse fuerte y autonomizarse de la carismática figura del líder que la antecedió en el Ejecutivo. Enfrentará en octubre de este año un duro desafío, lograr que su candidato gane la alcaldía de la populosa San Pablo al siempre desafiante José Serra. Cristina Kirchner no tiene elecciones a la vista, pero las luchas por la sucesión también interpelarán su capacidad de liderazgo. Las variables políticas correlacionarán con las que refieren al estado de la economía, y el futuro de dos de las más importantes expresiones de la llamada centro izquierda latinoamericana se definirá en función del movimiento de tales determinantes.

Publicado en Edición Impresa de Revista El Estadista

lunes, 5 de diciembre de 2011

El sindicalismo en la nueva era


Publicado el 5 diciembre, 2011 por Redacción (Columna del politólogo Ezequiel Ávila, analista en Estudio Romer y Asoc. Enlace web: http://elestadista.com.ar/?p=1664

La política circula por varios carriles. Uno de ellos es el electoral; importante, decisivo, pero sólo uno más. El sistema político es más amplio que el sistema electoral y la lectura del primero con el ojo obnubilado y atento sólo al segundo, grafica un severo error de cálculo. El kirchnerismo conoce de estas lides y se alimenta de su propia historia para saber que una victoria (2005, 2007 y 2011) o una derrota (2003 y 2009) en una contienda eleccionaria no abona todo el extenso valle de lo político. La relación con el peronismo gobernante (léase gobernadores), con el peronismo sindical (Confederación General del Trabajo) y con las corporaciones empresarias (principalmente industriales, agropecuarias y bancarias) ha sido la clave que ha marcado los tiempos de poder de los presidentes peronistas. 


 Descartado ya que la confederación de gobernadores provinciales rendirá su culto a los votos y a la imagen positiva de Cristina Fernández por largo rato y que tal feligresía se trasladará al Congreso, queda por detectar cuál será el rumbo que la Presidenta intentará darle a su vínculo con otros actores cuya fuerza y legitimidad no reside sólo en lo que sucedió el 23 de octubre ni en lo que decida el reducido núcleo de Olivos. Ha quedado claro que los partidos políticos opositores y sus candidatos sólo juegan una parte del cotejo, el tiempo electoral y el tiempo mediático, pero se diluyen en otras arenas tales como las de las ideas, las de los liderazgos o las de los vínculos con los actores clave de la escena nacional. 


Cristina Fernández ganó en el ámbito electoral como consecuencia de una seguidilla de victorias en otros espacios: intelectuales, culturales, económicos, de liderazgo y de relación con actores estratégicos. Los opositores no sólo no generaron alternativas fuertes en la dimensión partidaria, sino que tampoco lo hicieron en otros terrenos, más relevantes hoy en día que los partidos. Estas son las condiciones para que los principales desafíos provengan de aquellos elementos que componen el propio cuerpo del llamado “modelo nacional y popular”. Existe una serie de preguntas que vale la pena hacerse. Dado el desierto opositor y, en consecuencia, descartado su poder de fuego, ¿de dónde vendrá el primer disparo peronista? ¿Quién será el primero que intentará diferenciarse? ¿Cómo lo hará? ¿En qué espacio social buscará su apoyo? ¿Qué contradicciones sociales emergerán a la superficie trazando una línea entre los actores en pugna? 


En primer lugar, para responder algunas de estas cuestiones es importante considerar el trasfondo social, económico y político de los años kirchneristas. Si hay un vector que ha sido enfáticamente transformado es el que se vincula con el mundo del trabajo, y si hay un actor que ha surgido de esa transformación es el trabajador sindicalizado. Las últimas investigaciones cualitativas del Estudio Römer y Asociados reflejan que existe un puente de hechos concretos que conecta la sensación de bienestar con el apoyo a la continuidad de un gobierno. Ese lazo que vincula dos polos de un sentir colectivo, lo individual y tangible con lo modélico y general, está construido básicamente a partir de lo que acontece en el mundo laboral. El trabajo es el eje ordenador de un conjunto de impresiones sobre otros aspectos más complejos y ajenos a la cotidianeidad de los argentinos. 


En segundo término, lo anterior se relaciona de manera ostensible con lo que sostiene el politólogo Sebastián Etchemendy al asegurar que, si bien los movimientos territoriales piqueteros surgidos al calor de la crisis de 2001 llegaron para quedarse, en el periplo kirchnerista el conflicto sindical reemplazó al conflicto social como expresión de las clases trabajadoras. El sindicalismo más tradicional fue la estructura orgánica que condensó, ordenó y expresó los reclamos de ese mundo laboral en reactivación. Al decir de Etchemendy, no lo podría haber hecho si durante el menemismo no hubiera logrado proteger algunas de sus viejas conquistas como la negociación colectiva centralizada, la prohibición del sindicato de empresa, el control de las obras sociales y la renovación automática de viejos convenios colectivos. Esos institutos, una vez reactivado el mercado de trabajo, podrían ser utilizados para una nueva ofensiva. 



Hugo Moyano, el disidente de los años ’90, fue el heredero de una maquinaria institucional vetusta que, poco a poco y a medida que la economía fue mejorando, puso en funcionamiento con singular éxito. No es poca cosa lo que tiene en sus manos este líder sindical, en momentos donde muchos actores políticos deben su poder al dedo elector de un dirigente de mayor jerarquía o a efímeros protagonismos mediáticos. No es poca cosa en un momento donde los partidos han perdido arraigo territorial, militancia y relato. Quizás por eso el sindicalismo, expresado en la Confederación General del Trabajo, se muestra como uno de los principales escollos para una transición a pedir de la Presidenta, sin conflictividad, signada por el diálogo y el consenso.  



En primer lugar porque el peso político propio de la CGT y su poder fogueado en un contexto de alto nivel de empleo, aumentos salariales y elevado consumo, hacen de la misma un actor que planteará sus exigencias de manera enfática. Aun cuando sus demandas deban adaptarse a una coyuntura de menor crecimiento económico. En segundo lugar porque existen un conjunto de asuntos que tensionan la relación, tales como: la demanda por elevar la base imponible del impuesto a las ganancias, los pedidos de aumentos salariales superiores al 20% y la falta de apoyo presidencial al proyecto de ley sobre participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. A lo anterior se suma la herida por los escasos y poco atractivos lugares que la Presidenta ofreció a los sindicalistas en las listas legislativas, así como el margen casi nulo de movimiento que ha podido tener Hugo Moyano como presidente del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires. También el pedido que hizo el Gobierno a la Justicia por la suspensión de la personería gremial a la Asociación del Personal Técnico Aeronáutico adiciona rispideces. 



En suma, la importancia de la dimensión laboral como organizadora del pensar y quehacer colectivo, la fortaleza de una estructura que ha constituido e institucionalizado logros para el trabajador sindicalizado y la dinámica política de un poder corporativo que pretende trascender la sola representación de intereses sectoriales, son las claves principales para comprender por qué esta vez, como tantas otras, se cumple el refrán que reza: “La astilla que más duele, es la del mismo palo”. (De la edición impresa)

martes, 29 de noviembre de 2011

Entre la orfandad y el liderazgo

Columna publicada en La Voz del Interior, domingo 27 de noviembre de 2011 http://www.lavoz.com.ar/opinion/entre-orfandad-liderazgo Las principales fuerzas de la política cordobesa han obtenido, como saldo de este año electoral, una situación que oscila entre la orfandad de dirigentes nacionales de peso y un liderazgo local logrado que satisface expectativas modestas. Nuestro sistema político se ha rediseñado sobre la base de una confrontación, latente o manifiesta, con la matriz de poder que resultó vencedora, el kirchnerismo; y así como dos años atrás Córdoba tenía tres opositores vocingleros ante un Gobierno nacional débil, hoy tiene tres tibiezas que transitan entre la crítica vergonzante y el reconocimiento impostado frente a un Gobierno fuerte. La política cordobesa sigue reflejada en un espejo diferente al que expresa a la nacional y surgió un divorcio que no es beneficioso para ninguna de las partes. A pesar de la contundente victoria del justicialismo a nivel nacional, ni Juan Schiaretti ni José Manuel de la Sota pueden decir que el peronismo que pregonan sea el que hoy gobierna el país. Más cerca del peronismo federal que del sello Frente para la Victoria y más próximo a la liturgia peronista que a la camporista, el justicialismo cordobés aguarda mejores épocas para emerger como voz cantante en el concierto nacional.El cordobesismo duerme un sueño del que algún día espera despertar airoso. Atienden su juego. El Frente Cívico juecista tampoco puede hacer un balance demasiado positivo respecto de su presencia más allá de las fronteras cordobesas. El Frente Amplio Progresista (FAP), del santafesino Hermes Binner, sólo pudo lograr un segundo puesto que se parece más a un tercero, pues el porcentaje de sufragios es similar al que obtuvieron Horacio Massaccesi en 1995, Ricardo López Murphy en 2003 y Roberto Lavagna en 2007, ninguno de los cuales ejerció luego como líder opositor. Además, tiene una cantidad considerablemente inferior de diputados y senadores en el Congreso Nacional que el radicalismo y el kirchnerismo, y en la única provincia que gobierna –Santa Fe– deberá hacer un delicado equilibrio con una Legislatura opositora. La Unión Cívica Radical también sufre la orfandad de liderazgos fuertes a nivel nacional. Sostenidos por una base municipal amplia, un grupo de intendentes desafía a la actual conducción, presa de los estigmas que dejó el magro 11 por ciento del 23 de octubre. No es casual que la lucha la encabece Ramón Mestre, quien gobernará un distrito que pesa electoralmente lo mismo o más que muchas provincias. En suma, cada uno atiende su juego: José Manuel de la Sota intentará gobernar una provincia con profundas grietas económicas, Ramón Mestre tratará de renovar un partido anquilosado a través de una difícil gestión municipal y Luis Juez buscará construir una estructura partidaria que por primera vez desde su creación no contará con una “pata” estatal que lo ayude. Estos son los retos de nuestras principales fuerzas que, como dice el tango, van y vienen entre “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Luis Juez reconoció que tal vez debería haberse mantenido un período más en el municipio de la ciudad de Córdoba; se lanzó hacia la gobernación y quedó a mitad de camino. José Manuel de la Sota esgrimió una independencia indómita en tiempos del conflicto agropecuario, pero quedó herido luego de la muerte de Néstor Kirchner. Ramón Mestre se envalentona con un papel actoral como uno de los líderes de la UCR nacional, pero una sufrida ciudad le reclamará más atención de lo que puede parecer a primera vista. En síntesis, “a mitad de camino”, podría llamarse la película. Grandes en su pago chico, pero pequeños en la escena nacional. No pueden descansar en las fortalezas de un partido o líder de peso nacional; dependen de sí mismos, pero tampoco sus propias fuerzas y condicionantes coyunturales les permiten soñar, por ahora, con un rol más relevante que el que ya tienen. Enclave difícil. El divorcio entre la política cordobesa y la nacional también se da a la inversa. El kirchnerismo no logra construir una base propia de poder con candidatos y espacios fuertes que le respondan, y Córdoba demuestra una vez más intentos de vivir de espaldas a lo que sucede en la escala nacional. El voto cordobés manifiesta, aunque de manera tímida, un sistema de equilibrios que no se ve en la Nación. Sólo aquí se dieron conjuntamente tres elementos: Cristina Fernández ganó con menos de 40 puntos porcentuales, los votos sumados del segundo y tercer candidato superaron a los de la Presidenta y obtuvieron aproximadamente 20 puntos cada uno, demostrando una competitividad menos débil que la que se dio en otros distritos. El balance queda signado por tres fenómenos: la diferenciación con la política nacional, una dependencia de la que se reniega y una competitividad entre tres fuerzas nacionales que no se da en otras geografías. De nuestra dirigencia dependerá, en gran medida, que la administración de este singular y complejo sistema redunde en un mejor futuro para los cordobeses. Hasta ahora no ha sido así.