En un
muy conocido ensayo publicado en 2007 en la revista Foreign Affairs, el
entonces aspirante a Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama,
dijo que la guerra de Irak había sido un error y que el momento de liderazgo de
su país no había finalizado pero que debía ser trazado de nuevo.
Renovar
el liderazgo
militar, diplomático y moral para confrontar nuevas amenazas y
capitalizar nuevas oportunidades fue el mensaje de aquel candidato. La frase “America cannot meet this century´s
challenges alone; the world cannot meet them without America” fue el canto
de sirena de aquel singular dirigente demócrata que atrajo con estas palabras
de multilateralismo y soft power la
mirada amable no sólo de muchos de sus conciudadanos sino también del resto del mundo.
Este
mundo que quiso tomarse un descanso de tanto lenguaje de la fuerza, del
realismo, de la guerra preventiva de Bush, de la lógica del poder militar. Obama
cayó como anillo al dedo para tales anhelos. De hecho, su imagen positiva
internacional trepó a porcentajes muy elevados, emergiendo como la esperanza de
un mundo más igualitario, democrático y multilateral.
No
obstante, no todo ha sido cambio y muchos de quienes lo apoyaban se han visto
decepcionados por el mantenimiento de líneas duras como la lenta
finalización de la guerra en Afganistán e Irak, el mantenimiento de más de 800
bases militares en distintas partes del globo, el gasto militar que sigue
siendo elevado y que se aproxima a los 800 mil millones de dólares; la
utilización de aviones no tripulados
(drones) que ya tienen sangre civil bajo sus alas; la promesa no cumplida de
cerrar Guantánamo; entre otras cuestiones.
En
un artículo en Le Monde, el analista Juan Tokatlian habla de multilateralismo
acotado. En otro artículo de Foreign Affairs Martin Indyk dice que el
Presidente se debate entre una retórica y deseo de cambio por un lado y, por
otro, un instinto por gobernar pragmáticamente. Progresista cuando ha sido
posible, pragmático cuando ha sido necesario, podría ser el título de
sus cuatro años en la Casa Blanca.
Lo
que parece claro es que el dominio de EEUU sigue vigente, pero se encuentra en
proceso de reestructuración. Desde Bush a Obama se pasó de un hard power a un
soft power, siguiendo la conceptualización de Nye. En este posible segundo mandato de Obama, la
Casa Blanca busca pasar desde el soft power al smart power, una suerte de
combinación de los anteriores conceptos también desarrollado por Joseph Nye.
En
este marco, la tesis principal del presente ensayo es que EEUU está realizando tal
transición y que, en ese proceso, busca re-estructurar los equilibrios con el
resto del mundo, incluida Latino América, en tres aspectos: económico, militar
e ideológico-político.
Respecto
a la primera cuestión, más allá de que es innegable un crecimiento de la
participación en el comercio y la economía mundial de países como China, India
y Brasil que motorizan transformaciones de relevancia; la primera potencia del
mundo mantiene su liderazgo y está logrando paulatinamente reducir su tasa de
desempleo (aún en un elevado 7,8%) y reactivar su industria.
China es quien le pisa los talones en
cuanto potencia económica y con el cual emprende cada tanto batallas
comerciales debido a la introducción de productos asiáticos en el mercado
estadounidense. Los países emergentes desafían a EEUU en el ámbito económico
solicitando reformas en organismos como el FMI o realizando una especie de
financiación del desarrollo paralela a la del Banco Mundial, como la
que efectúa el Banco de Desarrollo Chino. Los países en desarrollo también
desafían a la potencia norteamericana a través de un comercio entre ellos que
ha hecho disminuir la relevancia de la producción de EEUU como origen de
importaciones respecto a la de China.
Pero esta China pujante y en
crecimiento no posee y, al menos hasta el momento, no parece estar interesada
en poseer un poderío militar con el
cual hacerle frente a EEUU. Esta es la segunda cuestión en relevancia.
El Presidente Obama dijo orgulloso en
el debate de esta semana ante su contendiente Mitt Romney, que el
gasto militar de su país supera al gasto sumado de los diez países que
le siguen en la lista.
Sin embargo, aún con este poder, el
gobierno norteamericano no ha buscado ejercer una hegemonía unilateral como la
que ejerció su antecesor sino que ha tratado de apartarse de la política de
guerra preventiva buscando una manera decorosa de salirse de Irak y Afganistán,
tratando de negociar con Irán e interviniendo en el conflicto de Libia y,
posiblemente, Siria a través de organismos multilaterales. Es importante no
confundir este cambio en la estrategia de abordaje de la seguridad global con
debilidad.
EEUU está más limitado desde el
consenso perdido por la frustrada guerra en Irak donde, supuestamente, había armas de destrucción
masiva. También el hecho de haber optado por un camino de multilateralismo,
le pone un cierto corsé al Presidente, quien debe respetar por ejemplo el veto
de Rusia y China para una intervención armada del Consejo de Seguridad en
Siria. La crisis económico-financiera que lo aqueja también le pone límites a
sus ambiciones como comisario mundial.
Por
un lado, la Administración Obama parece estar dispuesta a performar un nuevo
orden mundial liberal y democrático con EEUU liderando pero compartiendo
responsabilidades y cargas con otros cuando sea posible y necesario.
Por el otro, China aún se ve como un país en desarrollo cuya prioridad es hacer
crecer su economía y no hacerse cargo de obligaciones globales.
Por último, el tercer aspecto tiene que ver
con que si bien la estrella de esperanza que significó Obama en 2008 se observa
algo deslucida en la actualidad, aún sigue siendo un Presidente con altos
porcentajes de imagen positiva y de intención de voto. Según Gallup, si el
mundo votara en la elección americana, cuatro de cada cinco ciudadanos lo haría
por el demócrata. Es cierto que se trata de un ejercicio hipotético y ajeno a
la realidad, por lo cual podemos desconfiar de si esto realmente sucedería de
esta manera. Pero no puede negarse que el Presidente norteamericano ha logrado
encarnar valores más atractivos que los que encarnaba George Bush y ha logrado
mostrar una cara diferente de la potencia.
Obama
se ha acercado al mundo árabe, destacándose aquel famoso discurso en la
Universidad del Cairo, en el cual diferenció claramente al mundo musulmán de la
pequeña minoría de terroristas. A pesar de que Obama no cosecha tantas
adhesiones, como hace cuatro años, ni sueños de un mundo más pacífico y libre,
si permanece como un líder cuyos valores, los que declama de manera más
enfática (multilateralismo, democracia, libertad), son aceptados y compartidos
por muchos habitantes del orbe. Ganar la batalla cultural, la de los
valores, implica obtener un triunfo en el plano abstracto que sustenta las
ambiciones materiales.
Oscar
Oszlak nos diría que es algo similar a la penetración ideológica realizada por
el Estado argentino en su proceso de formación. Guillermo O´Donnell nos diría
que se trata de convencer de que hay un Estado “para la Nación”, que genera
identificación de parte de sus ciudadanos. Gramsci nos hablaría de hegemonía,
como el momento ético o cultural y superestructural que opera como tamiz de la
determinación económica ejercida por la estructura. En fin, se trata del
ejercicio de un poder que apunta a los valores y a la ideología que propugna la
administración Obama.
Estos tres aspectos están correlacionados con
lo que sucede en nuestra región. Ya desde antes de la llegada de Obama a la
Casa Blanca, en nuestro país le dijimos no al ALCA que pretendía instaurar el
Presidente Bush. También ya desde inicio de la década, comenzábamos a
posicionarnos como un bloque con grandes potencialidades en lo económico, sobre
todo a causa de nuestros productos primarios cuyos precios iban en aumento.
Antes
de este ejercicio multilateral estadounidense, Argentina ya había superado la
crisis, cancelado su deuda, disminuido su desempleo e implementado programas
sociales, disminuyendo los altos índices de pobreza heredados de la década de
los ´90. Brasil había hecho otro tanto y Venezuela pudo abortar un golpe de
estado que pretendía obturar los cambios que Chávez había comenzado a realizar.
Desde
lo militar los avances refieren a la mayor coordinación y cooperación que
existe a nivel Mercosur y Unasur. Asimismo, existen proyectos de acercamiento e
intercambio de experiencias con las FFAA chilenas. Hemos planteado con énfasis
nuestras quejas por la militarización del Atlántico Sur.
En
lo referido a la ideología y a la cultura, hemos visto que en los últimos años
ha surgido una mayor retórica y vínculos fuertes a favor de una visión latinoamericanista.
Desde think tanks, Universidades, políticas, hasta el vecino de a pie, miran
con más atención lo que sucede en Brasil, Venezuela o Uruguay. Esa mirada
argentina tan obnubilada por Londres, París o Miami, pareciera ahora estar dirigiéndose
más hacia aquellos países con los cuales tenemos más en común.
Es
difícil pronosticar el desenlace de esta historia; pero no es complejo aseverar
que tanto en lo político-ideológico, económico-comercial y militar la región se
encuentra en posiciones de mayor autonomía en los últimos años y que esto tiene
mucho que ver con ese aparente declive, multilateralismo o smart power ejercido
desde el Despacho Oval pero también con el surgimiento de nuevos liderazgos en
el progresismo latinoamericano. Este proceso de re-estructuración no estará
ajeno de conflictos, no obstante el hegemon necesita no solo de sus bases
militares y de su fuerte PBI sino también de una legitimidad que solo se la
podrá dar un mundo más multilateral e igualitario en el que nuestra región cada
día debería ir aumentando su incidencia.